¿Los atentados de París son parte de la Tercera Guerra Mundial?
Al menos eso es lo que piensa el máximo jerarca de la Iglesia, de acuerdo a sus declaraciones sobre los lamentables hechos del 13 de noviembre. A mi parecer, no resulta descabellada su idea.
El denominado Estado Islámico, organización internacional que se atribuyó dichos ataques terroristas, se compone principalmente por árabes sunitas de Iraq y Siria que controlan territorios que en su conjunto habitan diez millones de personas, pero no se limita a dichos países, sino que también controla grupos más pequeños en áreas de Libya, Egipto, Algeria, Arabia Saudita, Nigeria, Afganistán y tiene afiliados en otras partes del mundo, incluyendo África del Norte, Asia del Sur y ahora conocemos que hay “militantes activos” en regiones muy importantes de Europa.
¿Significa esto que tras la declaración de guerra del Presidente François Hollande, enviarán tropas francesas a todos estos países para localizar y abatir a los miembros del grupo?
Considero que no sería la mejor decisión para la humanidad. Tampoco pienso que una ofensiva militar como la desplazada a los dos días siguientes a la tragedia sea la mejor estrategia para desarticular la organización, sino todo lo contrario.
La campaña de reclutamiento del Estado Islámico tiene como uno de sus pilares el odio a la civilización occidental, pues no solo justifican su actuar en creencias religiosas, sino en emociones de este origen. Cada vez que hay un bombardeo y mueren personas inocentes que no tenían nada que ver con el grupo radical más que vivir cerca de ellos, orillamos a los huérfanos y familiares de las víctimas que piensan ya no tener nada más que perder, a unírseles. Por cada 50 militantes ejecutados a raíz de un ataque, pudiera haber 50 o hasta 100 más dispuestos a convertirse. Además de ello, ¿cuánta efectividad disuasiva puede tener una declaratoria de guerra cuando los amenazados entrenan a diario su espíritu para perder el temor a la muerte?
Antes de iniciar cualquier lucha de manera razonable, debe mediar un diagnóstico de las fortalezas y debilidades del enemigo. Será difícil erradicar al Estado Islámico con violencia, pues la presencia de la organización en gran número de países en el mundo hace imposible su localización y vuelve implausible las posibilidades reales de abatirlos, así como el efecto adverso que genera al repercutir en inocentes. También será difícil mediante una política migratoria de discriminación contra los refugiados, pues ante la imposibilidad física de escapar de áreas dominadas por el grupo, muchos preferirán unírseles antes de morir.
La lucha que habría de declararse es la de las ideas, de la cultura, de la educación y de la razón, pues esa ofensiva puede iniciarse sin fronteras en cualquier parte del mundo, dirigirse hacia un número tan amplio de personas como así se desee y no provocará resentimiento en los inocentes afectados, pues en este tipo de ofensivas no existen.
Que la guerra que inicie Francia y el resto del mundo no sea una que arroje bombas, tire de rifles ni estalle granadas, sino una que dispare con todo el estruendo del mundo “Liberté”, “Égalité” y “Fraternité” directo en la mente de sus adversarios.
Difícilmente habrá algo a lo que los autores del terror le teman más.